lunes, 29 de noviembre de 2010

Adviento y nuestra misión

Ayer, de la mano de María, comenzamos a vivir el comienzo de una etapa muy importante de año litúrgico; El Adviento, pero antes de entrar de lleno en el tema, me gustaría detenerme etimológicamente en éste término. Adviento viene de la palabra “Adventus” (Venida, en latín), e incluso, la Iglesia Medieval le llamaba “Adventus Redemptoris” (Venida del Redentor).

Teniendo claro etimológicamente lo que es el Adviento, podemos ahondar más en lo que debe ser para nosotros en este tiempo de preparación, en este tiempo de venida, de venida del Redentor. Hoy, más que nunca hay un grito en el aire que proclama a los cuatro vientos “¡¡El Señor, Cristo está cerca!!”, ese grito de alegría y esperanza ha llegado a nuestros oídos, ese grito también nos debe despertar de un letargo que quizás en ésta época de fin de año, debido al trabajo, al colegio, o la universidad nos tienen cansados, agotados, estresados y agitados.  Hay que despertar de éste letargo espiritual, porque recordemos que Él es el que viene y nos tiene que encontrar alegres, optimistas, presentes y abiertos. Imagínate cómo se debe sentir llegar a la casa de un amigo después de un largo viaje y encontrar la casa vacía ¿Mal, no? Es por eso que –al igual que como Pablo exhortaba a despertar en su carta a los Romanos- nosotros debemos estar atentos y despiertos a la venida, el nacimiento de Cristo, que cada día está más cerca.

En este Adviento tenemos dos grandes misiones, las que debemos aceptar fielmente y con mucha alegría, estas misiones nos harán crecer y permanecerán mucho tiempo luego de vivamos esta etapa. La primera misión es despertar a Cristo, olvidar todo lo que nos atormenta y encomendarse a Dios. Debemos estar alerta a la venida de Jesús, así como los sirvientes de una gran mansión esperan a su patrón con todo listo; la comida servida,  el lugar limpio y ordenado y todo en su lugar. Nuestra alma también debe estar limpia, ordenada y dispuesta a recibirlo, pues Él quiere y necesita llegar y enraizarse en un alma dispuesta a recibirlo de buena manera. Nuestra alma debe estar dispuesta a recibirlo y a que los demás también lo hagan; es ahí cuando ese despertar tiene que contagiarse a toda la gente a nuestro alrededor y cuando la segunda misión cobra un sentido trascendental y se hace una con la primera. No podemos concebir el recibir a Cristo personalmente si no compartimos ese proceso y esa alegría con los demás, para preparar el camino a Jesús hay que convertir ese proceso personal en entrega y acción, para que Cristo encuentre muchas casas, y así pueble todos nuestros corazones para siempre.


Preparemos la Venida de Cristo con el alma abierta, y demos la Buena Nueva a nuestro prójimo que más la necesita.

Un abrazo en Cristo que viene, gracias por leer.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Mes de María

No es casualidad que el Mes de María sea en esta maravillosa estación primaveral, abriendo los brazos al tiempo estival. Las flores, el canto de las aves, los árboles, la brisa cálida, la risa de los niños y el radiante sol que ilumina nuestros días nos quieren decir algo. Nos quieren decir que hay una mujer que siempre nos ha querido, que nos acompaña desde que éramos niños y que nos ama y protege del mal con un amor fraterno, con un amor de madre.

El Mes de María es una oportunidad para acercarnos y conocer más a nuestra Madre de los Cielos, ella va a estar con los brazos abiertos para recibirnos en su regazo y entregarnos todo lo que Ella tiene para dar, sólo tenemos que entregarnos a ella y apelar a su divina gracia y amor.

Hay que serle fiel a María, y sobre todo imitar la valentía con la que dijo un fuerte y claro SÍ al Señor. Su santo testimonio debe ser un gran estímulo para nuestra vida espiritual. Cuando el Ángel fue a visitar a la joven virgen, ella se preguntó que cómo podía ocurrir tal milagro en ella, pero el Ángel le dijo “Ten fe, Dios todo lo puede hacer” y desde ese momento María sirvió al Reino con un fervor santo. En nosotros la cosa no es muy distinta; cuando Cristo nos dice “Sígueme”, se nos hace difícil comprender esta proposición, nos confundimos, pensamos “¿A mí, Señor, con tantas falencias que tengo?”; ¡Sí! El Señor te necesita con todas tus falencias y virtudes para cumplir la misión que te tocó realizar en esta tierra, hay que acordarse de la fuerza de María al aceptar la suya –que era muuucho más difícil que la nuestra-  y pidiéndole a ella que nos aliente en el cumplimiento y en el desarrollo de nuestra misión, y siempre recordar  la Promesa que María hizo al Padre, debe ser un ejemplo para nuestros pasos hacia Dios, tener siempre a María presente en nuestra oración, porque ella siempre escuchará con eterna paciencia lo que tenemos para decirle.

Bajo el lema que nos ha propuesto la Iglesia "Virgen María: forjadora del alma de Chile", los invito a reflexionar sobre el rol que María juega en nuestras vidas ¿La tenemos solamente en un altar, una figura, una estampita? ¿Forma parte gravitante de nuestras oraciones? ¿O simplemente a veces nos acordamos de Ella en tiempos de necesidad?
María es la forjadora de nuestro camino, de nuestra alma y de nuestra Misión. La figura de nuestra Reina y Madre debe ser motivo más que de devoción de IMITACIÓN, porque la devoción puede quedarse en las palabras bonitas, llenas de flores y decorado; pero a veces vacías cuan cántaro vacío, en cambio, la imitación supone integrar todos estos elementos en una acción ferviente y constante de servicio y entrega de todos los talentos, emociones, alegrías, logros, metas, fracasos, temores, anhelos y esperanzas.
Hemos de imitar en todos los aspectos de nuestra vida la desinteresada labor de la Virgen, el gran ejemplo de vida que ella nos muestra y nos invita a seguir. No hay que tener miedo en hacer estas cosas, pues haciéndolas vamos a mejorar todo lo que hay a nuestro alrededor; la vida nuestra y la de nuestro prójimo.
Tengamos a María como nuestra Madre celestial y como nuestra Compañera de Camino, como nuestra guía en los momentos de dificultad y nuestra alegría en los momentos de triunfo.
Encomendémonos a María y a Cristo para que cada día nos ganemos el Cielo cada vez más con ayuda, intersección e imitando a Ella.

Un abrazo en Cristo, gracias por leer

martes, 9 de noviembre de 2010

La felicidad del católico

Según las ciencias empíricas del siglo XVI la felicidad es un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada Tal estado propicia un enfoque del medio positivo. Es definida como una condición interna de satisfacción y alegría.
Para otros la felicidad reside en los placeres, en el dinero, en los lujos; tener el auto del año, una casa en la playa, una mujer linda, una chequera rebosante, etc.
¿Pero qué es la felicidad para nosotros, los católicos?
Si bien no hay una definición única para todos, podemos aventurarnos a decir que la felicidad para nosotros, los católicos no es ni el dinero, ni la casa de la playa ni la mujer más hermosa. Esas esas cosas nos hacen alegres, pero ¿Tienen contribución alguna en la total plenitud del espíritu? Aquellas cosas son efímeras, pasajeras. El auto del año se puede perder en un segundo por un choque o un robo, la casa de la playa puede incendiarse o caerse por un terremoto,  la mujer puede dar media vuelta e irse sin más y la cuenta bancaria puede agotarse de la noche a la mañana.
La felicidad, la verdadera felicidad es la certeza del amor de Dios, el saberse amado por Él sin condición, y siempre dar testimonio de esa alegría, de ese amor.
Nuestra felicidad debe ser como un candil en una habitación oscura, debe inspirar seguridad, tranquilidad y sobre todo debe contagiar de felicidad a otras personas para que la llama del amor de Dios se extienda hasta llegar al último de nuestros hermanos.
Por eso debemos dar testimonio de esa felicidad; imagínate si un alpinista subiera a una montaña y bajara todo machucado, sucio, quejándose de todo y enojado. ¡No entusiasmaría a nadie para subir con él! En cambio, si vuelve feliz, orgulloso de haber escalado, contando maravillas del paisaje, de la naturaleza que allí se encuentra, de lo que le costó subir, pero de lo gratificante que fue ver todo desde la cima de aquél coloso de la creación va a generar en la gente ese pensamiento de “Hey, debe ser espectacular subir allá. Vamos con él la próxima vez que suba.” ¡Lo mismo debemos hacer nosotros! Si siempre andamos con mala cara, con lata de ir a misa, tomando los deberes cristianos como una obligación y no como un ofrecimiento, quedándonos callados cuando se critica a la Iglesia ¿Cómo esperas que la gente se entuciasme? Tienes que sentir y transmitir esa alegría, la alegría de ser Hijos de Dios, la alegría de ser amados por Él. Transmítela en el alegre sacrificio, en la vida cotidiana, en el quehacer de todos los días.


Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La misión social del universitario.

Hace sesenta años atrás, el Padre Hurtado daba un retiro a los jóvenes de la Acción Católica y les hablaba de la misión social del universitario. Tema que en ese entonces era de suma importancia y que hoy, más que nunca adquiere un significado trascendental producto de las distintas situaciones que nos ha tocado vivir como país en este año.

Se habla mucho de acción social, hemos visto muchas instancias en que nos hemos movido por el prójimo como voluntarios en distintas campañas de la más diversa índole. Aquellos voluntarios en su mayoría eran secundarios y universitarios que se daban por la sociedad, gente que estudiaba en colegios, institutos y universidades.
Ellos, como San Alberto decía “Deben tener una preocupación especial por estudiar su carrera en función de los problemas sociales propios de su ambiente profesional.” Y esa preocupación los llevo a tomar un martillo, una Biblia, un libro para enseñar a leer, o lo que tuvieran a mano para servir a los demás. No dudaron en decirle al Señor un sí fuerte y claro, ir a donde se les llamaba y servir en alegre sacrificio.

¿Pero cuál es la primera misión del estudiante?
Naturalmente, es la de su formación intelectual. El joven católico debe ser un estudiante y un estudiante constante. Aprender, leer, escribir, nutrirse de información que sirva para sus estudios, para su carrera y que la misma sea un servicio a los demás. Si se va a hacer acción social sin una base intelectual se está haciendo un trabajo vacío, un trabajo sin fundamento. Por eso es muy importante saber para qué se está haciendo lo que se está haciendo. La formación intelectual es un pilar en esta materia.
Hay quienes dicen que la formación intelectual viene primero, seguida de la espiritual y por último –cuando el individuo está plenamente formado- la social, pero la formación intelectual nuevamente es vacía y sin sentido si no es complementada desde siempre con la espiritual y la social. No se puede concebir una sin las otras dos latientes en unidad.

No es que la misión social del estudiante vaya separada de la misión formativa del mismo, ya que no se debe interrumpir el estudio para actuar con caridad, se debe actuar con caridad en el estudio. Hay que preguntarse constantemente ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Imitar a Cristo en el actuar diario, en la rutina, en lo cotidiano y volverse a preguntar ¿Qué haría Cristo en mi lugar de ESTUDIANTE?


Lo primero y más importante es ser consientes y estar atentos de la realidad social que nos rodea. Para eso el Padre Hurtado, siendo un joven estudiante de derecho pasaba tiempo en los Patronatos, prácticamente los lugares más marginales de la ciudad. Estaba con la gente pobre para vivir en carne propia lo que ellos vivían a diario, ellos fueron sus formadores intelectuales, espirituales y sociales. No bastaba la limosna que muchas veces carece de sentido, se involucraba en aquellos lugares para en medio de la acción social encontrar a Dios en el rostro de esa gente.

La misión social del estudiante es reconocer que los problemas sociales deben tener soluciones SOCIALES apoyadas en las instituciones, debe acompañarse de la conciencia y la estructura social. Aquellos problemas son morales, hay que tener interés en los medios prácticos para solucionarlos.
El estudiante es el cerebro, el obrero intelectual. Traduce problemas en soluciones técnicas, factibles.

La misión social del estudiante, del universitario es involucrarse en, por y para Cristo en los problemas que afectan a nuestro prójimo.
La vida del estudiante debe ser, cómo decía el Padre Hurtado “Una misa prolongada”.




Lo pr
Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

domingo, 17 de octubre de 2010

Nuestra Iglesia ha resuelto para este bicentenario el tema de “Chile: una mesa para todos”, una mesa donde podamos sentarnos a comer y compartir de la mano de personas de todas clases sociales, trabajos, oficios, creencias, edades, ideologías y un sinfín de diversas maneras de ver nuestro país.
Pero no quiero enfocarme de lleno en ese tema. Aprovechando que estamos en el mes de la familia, me gustaría compartir mi visión sobre lo que llamaría “La familia de la mesa para todos”, esta familia que vive y actúa en Cristo, en la que para solucionar los conflictos dialoga y no cae en la agresión sea    física o verbal, que da y recibe amor.

Últimamente vivimos en tiempos en los que se hace cada vez más difícil la convivencia a nivel social, y si la sociedad está “enferma” en consecuencia  la familia también lo está. Es cosa de prender la televisión, leer algún diario o ver la realidad de alguien cercano a nosotros para darse cuenta de que algo pasa con el entorno familiar de nuestro país, pero no hay que desfallecer al ver u oír esas cosas. Es más, debemos trabajar para que la familia de Chile sea la familia de la mesa para todos.
¿Pero cómo es esta familia?
Quiero compartir y apoyarme en un fragmento de  la Oración de la Semana de la Familia para hacer un acercamiento:

     Te damos gracias por las familias chilenas,
     Las de ayer, hoy y mañana.
     Te pedimos que ellas sean,
     refugio seguro en la adversidad y
     alegría grande en la prosperidad.
     (…) Y como dignos discípulos misioneros
      Construir juntos una patria más fraterna.

Una familia que sea refugio en la adversidad, que sus miembros y cercanos encuentren cobijo y paz dentro de sus puertas, que sean modelo de vida cristiana y ejemplo para otras personas y que constantemente estén en una confiada e íntima comunicación con el Señor mediante las obras y la oración.
La familia de la mesa para todos debe tener en su norte a la Patria, vivir en comunidad supone estar alertas a las dificultades e injusticias que experimente nuestra tierra, pero el preocuparse por esta comunidad –que es nuestro país- debe ser  un sentimiento y accionar siempre guiado por la mano de Dios, que velará por un Chile más fraterno y unido. Unir y afianzar a un Chile que pide a gritos amor; que regaloneemos a aquellos que no encuentran calor en las atestadas calles, fuera de los templos, vagando por plazas, campos y ciudades.
La familia de la mesa para todos debe tener el alma dispuesta a escuchar y servir. Fuera de nuestras casas hay un mundo que necesita de nuestra oración, buena onda y sobre todo que nos arremanguemos la camisa, el uniforme, la casulla y el overol para “construir juntos una patria más fraterna”.
La mesa de esta familia debe ser una acogida para quien quiera ser partícipe de su banquete, un banquete en el que no puede quedar ausente el calor, la alegría, el sacrificio, el darse, el amor, la escucha, la oración, el servir y más importante que todo no puede quedar ausente quien hace que todo lo que he escrito tenga sentido. Debemos darle el puesto de honor a Jesucristo quien nos exhorta a defender, construir y difundir la familia de la mesa para todos.



Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

sábado, 9 de octubre de 2010

Amor.

"Como el Padre me amó, también yo os he amado: estad en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, estaréis en mi amor; como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor."

Juan 15:9-10.

Muchas veces hemos oído hablar sobre el amor, es un tema que no deja a nadie indiferente porque es propio de la naturaleza humana. Todos amamos; amamos a nuestros amigos, amamos a los animales, a un deporte, a una persona, a un país, a una canción, a un libro.
Todos esos “amores” son muy buenos para el alma, nos ayudan a desarrollarnos y a crecer, pero el amor del que nos habla Cristo en el pasaje bíblico del comienzo es un amor que trasciende todo lo humano y material, es un amor que no tiene límites porque es eterno.
¿Han visto  la pasión, entrega y devoción con la que se tratan los novios? Debemos tomar ese sano amor como ejemplo para nuestras vidas, usar ese fuego para todos los aspectos de nuestra existencia, porque el amor no se limita o resume a una relación de pareja –Que es una de sus muchas muestras- el amor es, en una sola palabra: DARSE. Darse con dirección y sentido, ya que de lo contrario estaríamos perdiendo el tiempo actuando en empresas que no valen la pena, o hablándole a las paredes. Debemos darnos en muchos aspectos de la vida y en esa acción está intrínsecamente el amor de Cristo, se encuentra latente y vivo.

Amar es servir, pensar en los demás es sentir ese fuego que se encuentra en cada una de las acciones que se hacen por y para amar. Mirar a nuestro alrededor, reconocer los males que afectan a nuestra sociedad y actuar para hacerles frente, luchar por cada una de las injusticias, pero hacerlo con un amor íntimo y ardiente, que tu llama encienda tantas otras que compartirán este sentimiento tan potente. Luchar con amor es distinto a luchar con violencia y odio; abres el diálogo y las mentes de los demás. Si estamos en el amor de Cristo y nos sabemos amados por Él, podremos hacer de sus manos las nuestras y de su voz una con la de nosotros, con eso dialogar y defender la vida.

¡Ama y comparte!  Da todo tu amor a quién lo necesite y lo pida, porque es Dios quién lo pide a través de esa persona. No dejes que la semilla se pierda, tú tienes dones que el Señor te ha dado para que puedas amar mejor. Aprovéchalos y ponlos en servicio a los demás, ya que “Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama: lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz” Lucas 8, 16-18. Amar es compartir, es darlo todo como Jesús lo dio clavado en aquellos palos cruzados: la expresión máxima de amor…sacrificio.  ¿No te da cosa al leer esa palabra? Sí, es fuerte decir “sacrificarse por los demás”  -aunque sabemos que no nos vamos a morir por hacerlo, no vamos a tapar una bala con nuestro cuerpo como en las películas- Quizás te da “cosa” leer ésta palabra porque significa una serie de compromisos para ti,  entregar tiempo, ganas, trabajo, lealtad, sueño, constancia, esfuerzo y un largo etcétera de “requisitos” que vienen con la palabra SACRIFICIO. ¿Pero has pensado lo hermoso que es hacerlo y lo gratificante que es? Créeme que vale la pena hacerlo y hay muchas maneras: voluntariado, misiones, vida consagrada, educación, salud, matrimonio, acción social, intelectual, deportiva y muchas más que dependen de tu creatividad. Para amar hay que disponer de todas las herramientas necesarias y una vez con éstas lanzarse a la aventura del sacrificio, del alegre sacrificio.

Platón dice "El amor consiste en sentir que el ser sagrado late dentro del ser querido."  Debemos reconocer que es Dios quien nos pide amar a los demás y respondiendo a ese llamado actuar con pasión, pero no con una pasión que nos ciegue y nos haga “amar por amar”. Dios se encuentra en cada una de las acciones que se hacen por amor; y aquellas acciones deben ser las que ponemos en práctica desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, cuidar que todo siempre lo hagamos por amor, con una sonrisa en la cara y sin esperar ninguna recompensa a cambio. Porque la recompensa nos espera en la Casa de Dios, no en la tierra de los hombres.
Pidamos siempre a nuestro Padre Dios actuar con amor.

Un abrazo en Cristo, gracias por leer.