viernes, 28 de septiembre de 2012

"¡Pierre, amigo, el pueblo está contigo!"



"Que sea contigo justicia de pobres,
respeto de débiles,
y vaya contigo, sin doblar la cabeza
a los amos del dinero y de la fuerza."
(Esteban Gumucio SS.CC.).

Escribo estas líneas pocas horas después de que partieras a reencontrarte con nuestro Padre, es curioso, porque sin conocerte siento tu muerte muy cercana, vivida, compartida. La siento así porque tu fuiste voz de los sin voz, fuiste amigo de la justicia, la vida y la paz.

Quiero agradecerte por la misión que con tanto esfuerzo, horas sin dormir, valentía y amor sembraste en tu amada población de La Victoria y en un Chile en que la muerte y el miedo eran pan de cada día.
Hay una profunda gratitud en la gente; en tiempos oscuros, diste una luz de esperanza. Fuiste haciendo de tu hogar una población en donde el Reino de Dios irrumpió en forma de una Iglesia modesta, pero una Iglesia de la gente, en donde todos tenían cabida, una Iglesia que no temió pararse frente a los hombres de uniforme para impedirles el paso, una Iglesia herida de bala -como la que fulminó la vida de tu amigo y compañero Andre-, una Iglesia abierta y fraterna.
¿Sabes? Me apena terriblemente tu partida, una extraña congoja se apodera de mi corazón, pero me llena de esperanza tener la certeza de que en tu trabajo nos dejaste un legado que nosotros debemos acoger y responsabilizarnos. Como Iglesia debemos seguir tu lucha, la lucha también de Andre, del Cardenal Silva, del Padre Mariano Puga, del Obispo Alvear y tantos otros que en silencio han contribuido a hacer de nuestra Iglesia y nuestro país un lugar más humano, justo y para todos.

Descansa Pierre, descansa. Ayer luchaste y arriesgaste tu vida por alcanzar la paz y el entendimiento, hoy te toca descansar en los brazos de Dios.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Iglesia y compromiso social.


"Busquen el Reino y su Justicia"
Mateo 6, 33.

El mensaje de Cristo es claro, además de ser más actual que nunca y una llamada a actuar "BUSQUEN LA JUSTICIA".
Hoy, la situación de Chile nos hace ser uno de los países del mundo con la mayor brecha entre ricos y pobres, con una desigual distribución del ingreso y una educación cara, deficiente y que difícilmente hace a los niños y jóvenes realizarse y trascender. Las calles rebosan de la lucha justa de hombres y mujeres que claman para que sus necesidades sean atendidas por instituciones y gobernantes que parecieran marginarlos aún más, tacharlos de agitadores y desoírlos sin voluntad.

¿Qué podemos hacer nosotros como seguidores de Cristo? ¿Cómo enfrentar tanta desigualdad? Él no temió denunciar a los opresores, Él dedico su vida al servicio de los más desprotegidos y marginados de su sociedad. Nosotros ante tanta injusticia social debemos configurar nuestra vida con la vida de Cristo, no distanciarnos de las penas y alegrías de nuestra gente; involucrarnos desde nuestra realidad a contribuir con la construcción de un Chile más solidario, inclusivo y fraterno. Más allá de las posiciones políticas, debemos revisarnos como Iglesia ¿Qué estamos haciendo para lograrlo? Mucha gente no confía en la Iglesia, eso es un hecho ¿Por qué? Digámoslo sin rodeos, fuera de los terribles abusos existe un universo de católicos que ha querido hacer de la Iglesia un club de elite privado a los más postergados y los pobres de nuestra sociedad ¿Esa Iglesia es la que le hace bien a nuestro país? ¿Esa es la Iglesia de Cristo? No, definitivamente no lo es. Nosotros como Iglesia debemos mostrarnos con humildad y dispuestos a salir al encuentro de los rechazados y olvidados; nuestro compromiso es acoger, acompañar, luchar y crear una sociedad más justa desde el Evangelio, al ejemplo de Jesús. Nuestro deber es hacer de la Iglesia un lugar donde la fraternidad y la aceptación sean el Pan de cada día. 

Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

lunes, 10 de septiembre de 2012

La Iglesia que construir.

La Iglesia ha perdido la confianza de muchas personas, y con justa razón; los abusos, las puertas cerradas, las ignorancias, la violencia intelectual y tantas otras cosas  han desilusionado a personas que buscaron una respuesta y ayuda concreta para sus problemas. Estas situaciones nos deben ser más importantes que nunca. A 50 años del Concilio Vaticano II debemos nuevamente reflexionar como Iglesia. ¿Estamos haciendo bien las cosas? ¿Nos estamos esforzando por construir una Iglesia para todos? Sabemos que la Iglesia cumple una labor social que no es menor, con misiones en los países más pobres y postergados, llevando la Palabra a los rincones más recónditos del mundo y a los desesperanzados, proporcionando ayuda médica y social a los más necesitados. Pero no nos quedemos en eso, es muy cómo sentarse y pensar que en algún otro lugar se está haciendo un gran servicio y con ello "dormirse en los laureles". Estamos pasando por una crisis, debemos enfrentarla con determinación y con fidelidad, teniendo fe en que nuestro Padre siempre quiere lo mejor para nosotros, pero para eso hay que estar alertas a la realidad de nuestro país y la realidad social que vivimos como Iglesia; no es necesario mirar demasiado lejos para darse cuenta que en nuestro país hay sectores que han sido postergados e incluso olvidados por las instituciones. Nuestro apostolado está en construir una Iglesia que haga suyas las penas y problemas de esas personas; para eso debemos estar conscientes de que la misión no le pertenece solamente a los consagrados o a aquellos misioneros que dan sus vidas en lugares agrestes y hostiles. Es tarea y responsabilidad nuestra también trabajar por la construcción del Reino en armonía y coexistencia. Por otro lado, las personas con carencias socio-económicas no son solamente los más afectados de este olvido, a veces idealizamos la labor social en los más desposeídos materialmente hablando, pero olvidamos a los que teniendo todo no tienen nada; los grandes pobres, gente que puede ser nuestro compañero de trabajo, colegio o universidad. 
Gente que necesita cariño, gente que se ha alejado de la Iglesia por alguna mala experiencia y necesita ser incluida en un ambiente de tolerancia, respeto y fraternidad; urge acompañarlos y acercarlos nuevamente con mucho cariño, mostrarles el verdadero rostro de Cristo y acogerlos en el seno de una Iglesia en donde no se mira cuánto hay en el bolsillo, sino que se trabaja para llenar el corazón. Ya lo decía el Monseñor Juan Ignacio González, "La Iglesia debe presentarse al mundo con humildad". Pidamos al Señor que nos ayude a construir una Iglesia inclusiva y entre todos, que sus puertas estén abiertas para quien la necesite y que la alegría sea también el motor para actuar en sociedad.
Un abrazo en Cristo, gracias por leer.