lunes, 10 de septiembre de 2012

La Iglesia que construir.

La Iglesia ha perdido la confianza de muchas personas, y con justa razón; los abusos, las puertas cerradas, las ignorancias, la violencia intelectual y tantas otras cosas  han desilusionado a personas que buscaron una respuesta y ayuda concreta para sus problemas. Estas situaciones nos deben ser más importantes que nunca. A 50 años del Concilio Vaticano II debemos nuevamente reflexionar como Iglesia. ¿Estamos haciendo bien las cosas? ¿Nos estamos esforzando por construir una Iglesia para todos? Sabemos que la Iglesia cumple una labor social que no es menor, con misiones en los países más pobres y postergados, llevando la Palabra a los rincones más recónditos del mundo y a los desesperanzados, proporcionando ayuda médica y social a los más necesitados. Pero no nos quedemos en eso, es muy cómo sentarse y pensar que en algún otro lugar se está haciendo un gran servicio y con ello "dormirse en los laureles". Estamos pasando por una crisis, debemos enfrentarla con determinación y con fidelidad, teniendo fe en que nuestro Padre siempre quiere lo mejor para nosotros, pero para eso hay que estar alertas a la realidad de nuestro país y la realidad social que vivimos como Iglesia; no es necesario mirar demasiado lejos para darse cuenta que en nuestro país hay sectores que han sido postergados e incluso olvidados por las instituciones. Nuestro apostolado está en construir una Iglesia que haga suyas las penas y problemas de esas personas; para eso debemos estar conscientes de que la misión no le pertenece solamente a los consagrados o a aquellos misioneros que dan sus vidas en lugares agrestes y hostiles. Es tarea y responsabilidad nuestra también trabajar por la construcción del Reino en armonía y coexistencia. Por otro lado, las personas con carencias socio-económicas no son solamente los más afectados de este olvido, a veces idealizamos la labor social en los más desposeídos materialmente hablando, pero olvidamos a los que teniendo todo no tienen nada; los grandes pobres, gente que puede ser nuestro compañero de trabajo, colegio o universidad. 
Gente que necesita cariño, gente que se ha alejado de la Iglesia por alguna mala experiencia y necesita ser incluida en un ambiente de tolerancia, respeto y fraternidad; urge acompañarlos y acercarlos nuevamente con mucho cariño, mostrarles el verdadero rostro de Cristo y acogerlos en el seno de una Iglesia en donde no se mira cuánto hay en el bolsillo, sino que se trabaja para llenar el corazón. Ya lo decía el Monseñor Juan Ignacio González, "La Iglesia debe presentarse al mundo con humildad". Pidamos al Señor que nos ayude a construir una Iglesia inclusiva y entre todos, que sus puertas estén abiertas para quien la necesite y que la alegría sea también el motor para actuar en sociedad.
Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

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