domingo, 17 de octubre de 2010

Nuestra Iglesia ha resuelto para este bicentenario el tema de “Chile: una mesa para todos”, una mesa donde podamos sentarnos a comer y compartir de la mano de personas de todas clases sociales, trabajos, oficios, creencias, edades, ideologías y un sinfín de diversas maneras de ver nuestro país.
Pero no quiero enfocarme de lleno en ese tema. Aprovechando que estamos en el mes de la familia, me gustaría compartir mi visión sobre lo que llamaría “La familia de la mesa para todos”, esta familia que vive y actúa en Cristo, en la que para solucionar los conflictos dialoga y no cae en la agresión sea    física o verbal, que da y recibe amor.

Últimamente vivimos en tiempos en los que se hace cada vez más difícil la convivencia a nivel social, y si la sociedad está “enferma” en consecuencia  la familia también lo está. Es cosa de prender la televisión, leer algún diario o ver la realidad de alguien cercano a nosotros para darse cuenta de que algo pasa con el entorno familiar de nuestro país, pero no hay que desfallecer al ver u oír esas cosas. Es más, debemos trabajar para que la familia de Chile sea la familia de la mesa para todos.
¿Pero cómo es esta familia?
Quiero compartir y apoyarme en un fragmento de  la Oración de la Semana de la Familia para hacer un acercamiento:

     Te damos gracias por las familias chilenas,
     Las de ayer, hoy y mañana.
     Te pedimos que ellas sean,
     refugio seguro en la adversidad y
     alegría grande en la prosperidad.
     (…) Y como dignos discípulos misioneros
      Construir juntos una patria más fraterna.

Una familia que sea refugio en la adversidad, que sus miembros y cercanos encuentren cobijo y paz dentro de sus puertas, que sean modelo de vida cristiana y ejemplo para otras personas y que constantemente estén en una confiada e íntima comunicación con el Señor mediante las obras y la oración.
La familia de la mesa para todos debe tener en su norte a la Patria, vivir en comunidad supone estar alertas a las dificultades e injusticias que experimente nuestra tierra, pero el preocuparse por esta comunidad –que es nuestro país- debe ser  un sentimiento y accionar siempre guiado por la mano de Dios, que velará por un Chile más fraterno y unido. Unir y afianzar a un Chile que pide a gritos amor; que regaloneemos a aquellos que no encuentran calor en las atestadas calles, fuera de los templos, vagando por plazas, campos y ciudades.
La familia de la mesa para todos debe tener el alma dispuesta a escuchar y servir. Fuera de nuestras casas hay un mundo que necesita de nuestra oración, buena onda y sobre todo que nos arremanguemos la camisa, el uniforme, la casulla y el overol para “construir juntos una patria más fraterna”.
La mesa de esta familia debe ser una acogida para quien quiera ser partícipe de su banquete, un banquete en el que no puede quedar ausente el calor, la alegría, el sacrificio, el darse, el amor, la escucha, la oración, el servir y más importante que todo no puede quedar ausente quien hace que todo lo que he escrito tenga sentido. Debemos darle el puesto de honor a Jesucristo quien nos exhorta a defender, construir y difundir la familia de la mesa para todos.



Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

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