martes, 9 de noviembre de 2010

La felicidad del católico

Según las ciencias empíricas del siglo XVI la felicidad es un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada Tal estado propicia un enfoque del medio positivo. Es definida como una condición interna de satisfacción y alegría.
Para otros la felicidad reside en los placeres, en el dinero, en los lujos; tener el auto del año, una casa en la playa, una mujer linda, una chequera rebosante, etc.
¿Pero qué es la felicidad para nosotros, los católicos?
Si bien no hay una definición única para todos, podemos aventurarnos a decir que la felicidad para nosotros, los católicos no es ni el dinero, ni la casa de la playa ni la mujer más hermosa. Esas esas cosas nos hacen alegres, pero ¿Tienen contribución alguna en la total plenitud del espíritu? Aquellas cosas son efímeras, pasajeras. El auto del año se puede perder en un segundo por un choque o un robo, la casa de la playa puede incendiarse o caerse por un terremoto,  la mujer puede dar media vuelta e irse sin más y la cuenta bancaria puede agotarse de la noche a la mañana.
La felicidad, la verdadera felicidad es la certeza del amor de Dios, el saberse amado por Él sin condición, y siempre dar testimonio de esa alegría, de ese amor.
Nuestra felicidad debe ser como un candil en una habitación oscura, debe inspirar seguridad, tranquilidad y sobre todo debe contagiar de felicidad a otras personas para que la llama del amor de Dios se extienda hasta llegar al último de nuestros hermanos.
Por eso debemos dar testimonio de esa felicidad; imagínate si un alpinista subiera a una montaña y bajara todo machucado, sucio, quejándose de todo y enojado. ¡No entusiasmaría a nadie para subir con él! En cambio, si vuelve feliz, orgulloso de haber escalado, contando maravillas del paisaje, de la naturaleza que allí se encuentra, de lo que le costó subir, pero de lo gratificante que fue ver todo desde la cima de aquél coloso de la creación va a generar en la gente ese pensamiento de “Hey, debe ser espectacular subir allá. Vamos con él la próxima vez que suba.” ¡Lo mismo debemos hacer nosotros! Si siempre andamos con mala cara, con lata de ir a misa, tomando los deberes cristianos como una obligación y no como un ofrecimiento, quedándonos callados cuando se critica a la Iglesia ¿Cómo esperas que la gente se entuciasme? Tienes que sentir y transmitir esa alegría, la alegría de ser Hijos de Dios, la alegría de ser amados por Él. Transmítela en el alegre sacrificio, en la vida cotidiana, en el quehacer de todos los días.


Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

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