jueves, 1 de diciembre de 2011

Adviento y nuestra misión

Comenzamos a vivir  una etapa muy importante de año litúrgico; El Adviento, pero antes de entrar de lleno en el tema, me gustaría detenerme etimológicamente en éste término. Adviento viene de la palabra Adventus (Venida, en latín), e incluso, la Iglesia Medieval le llamaba Adventus Redemptoris (Venida del Redentor).

Teniendo claro etimológicamente lo que es el Adviento, podemos ahondar más en lo que debe ser para nosotros en este tiempo de preparación, en este tiempo de venida, de venida del Redentor. Hoy, más que nunca hay un grito en el aire que proclama a los cuatro vientos “¡¡El Señor, Cristo está cerca!!”, ese grito de alegría y esperanza ha llegado a nuestros oídos, ese grito también nos debe despertar de un letargo que quizás en ésta época de fin de año, debido al trabajo, al colegio, o la universidad nos tienen cansados, agotados, estresados y agitados.  Hay que despertar de éste letargo espiritual, porque recordemos que Él es el que viene y nos tiene que encontrar alegres, optimistas, presentes y abiertos. Imagínate cómo se debe sentir llegar a la casa de un amigo después de un largo viaje y encontrar la casa vacía ¿Mal, no? Es por eso que –al igual que como Pablo exhortaba a despertar en su carta a los Romanos- nosotros debemos estar atentos y despiertos a la venida, el nacimiento de Cristo, que cada día está más cerca.

En este Adviento tenemos dos grandes misiones, las que debemos aceptar fielmente y con mucha alegría, estas misiones nos harán crecer y permanecerán mucho tiempo luego de vivamos esta etapa. La primera misión es despertar a Cristo, olvidar todo lo que nos atormenta y encomendarse a Dios. Debemos estar alerta a la venida de Jesús, así como los sirvientes de una gran mansión esperan a su patrón con todo listo; la comida servida,  el lugar limpio y ordenado y todo en su lugar. Nuestra alma también debe estar limpia, ordenada y dispuesta a recibirlo, pues Él quiere y necesita llegar y enraizarse en un alma dispuesta a recibirlo de buena manera. Nuestra alma debe estar dispuesta a recibirlo y a que los demás también lo hagan; es ahí cuando ese despertar tiene que contagiarse a toda la gente a nuestro alrededor y cuando la segunda misión cobra un sentido trascendental y se hace una con la primera. No podemos concebir el recibir a Cristo personalmente si no compartimos ese proceso y esa alegría con los demás, para preparar el camino a Jesús hay que convertir ese proceso personal en entrega y acción, para que Cristo encuentre muchas casas, y así pueble todos nuestros corazones para siempre.


Preparemos la Venida de Cristo con el alma abierta, y demos la Buena Nueva a nuestro prójimo que más la necesita.

Un abrazo en Cristo que viene, gracias por leer.

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