martes, 2 de agosto de 2011

"¿Por qué lo buscáis entre los muertos?"

Hasta anoche tenía un tema preparado para escribir; la hambruna en Somalia. Pero de pronto, mientras escribía me vino a la cabeza la imagen de Hernán, un gran amigo que murió recientemente en un accidente de tránsito, su vida se apagó en apenas un segundo y todo pareció desmoronarse en cosa de  minutos. La noticia llegó a mi poco después de que sucedió, su hermano me llamaba por teléfono aquella noche contándome lo que había sucedido, mis ojos se inundaron en lágrimas apenas oí las palabras de Francisco. 
Esa noche no pude dormir, intentaba en vano dimensionar que mi amigo, con quien compartí diez años de mi vida había partido. El absurdo de la situación me colmaba la cabeza de frustración e impotencia, de rabia, desconsuelo y desamparo, pero recordé la palabra amiga de alguien que me dijo "Él sigue contigo", y con la fuerza de las palabras y entregando mis aprehenciones y miedos a Dios, pude encontrarle el sentido al dolor, darle un significado y hacerlo una experiencia de fe.
Quisiera terminar esta reflexión transcribiendo una carta que escribí luego de su fallecimiento. Creo que resume mi pensamiento y mi sentir, como cristiano ante el dolor ineludible del duelo y de la pérdida.

   "Ante la muerte de un ser querido no caben los frágiles argumentos de la medicina y es ilusoria la posibilidad de cualquier solución. Como alguien ha dicho, frente a todo lo decisivo de la existencia, la medicina no tiene -en el mejor de los casos- sino la penúltima palabra, y ante la muerte de un amigo, ya nada se puede decir. El desgarramiento es tan hondo, tan agudo y visceral, que incluso puede desconcertar la fe y sobrecoger a las personas más religiosas. No obstante, es en la fe y sólo en ella donde el alma acongojada puede encontrar refugio y consuelo. Curiosamente, sin darnos cuenta, los creyentes nos solemos comportar como si fuéramos ateos. Si Dios no existe, lo único importante es ser feliz y es legítimo entonces aferrarse a la vida de nuestros familiares, a su salud y bienestar. Pero si Dios existe, lo humano adquiere de inmediato un nuevo horizonte. La vida se convierte en tránsito y, sobre todo, en experiencia. La presencia de Dios, por así decirlo, trastoca en su raíz el sentido de la vida y lo que ahora importa, no es sólo la felicidad, sino que cada cual realice su parte en el plan divino y viva integramente el disignio de su vida. De ahí proviene la gran fuerza transmutadora de la fe y su poder ante el dolor. Hasta el acto más ínfimo tienen lugar en el plan de Dios. Con cuanta mayor razón la vida y la muerte. Nadie nace ni muere por casualidad, ningún dolor es caprichoso ni es inútil. Como decía Einstein "Dios no juega a los dados". Éste es el sostén de la fe ante los golpes de la vida: el sentido y la finalidad. Los designios de Dios pueden ser oscuros para la razón, pero se comprenden desde la fe, y esa intuición, cuando existe, es aún más fuerte que la evidencia de los sentidos.
La muerte es un hecho irremediable, pero el dolor ante la muerte no es igualmente fatal y depende, en gran medida, de la actitud con la que la enfrentamos. La vida es una constante prueba y el gran secreto de la paz y la felicidad consiten precisamente, en saber que los infortunios son pruebas.
Queridos amigos, se preguntarán con dolorosa extrañeza ¿Por qué Hernán tuvo que morir de esa manera? Se podrían dar muchas explicaciones psicológicas que sólo nos dejarían confundidos, pero la fe disipa la incertidumbre. Todo hombre tiene una vida y una muerte exactas. El Padre nos conduce por diversas sendas y también nos llama por diferentes puertas. 
El dolor ante la muerte, no solo nos desgarra sino que también, paradojalmente nos aleja del ser amado. Ya no podemos recordarlo con agrado, ver sus fotografías o conversar sin pena sobre él. Pienso que la corta y limpia vida de Hernán, su simpatía contagiosa y la pureza juvenil de sus 19 años deben ser feliz memoria de todos los que lo conocimos. Sabemos que vive y que sólo se nos ha adelantado. No nos separa de él sino el tenue velo que limita nuestra conciencia. Y si Hernán vive ¿Por qué lo buscamos entre los muertos? Recuerdo muy bien la pregunta desiciva que me formularon en su misa. "Si Hernán no está en el cielo ¿Quién podrá estar?" 
Espero, sinceramente que éstas reflexiones nos ayuden a salir adelante. El hombre esa "asceta de la vida", según la bella expresión de Max Scheler, tiene una misteriosa voluntad de trascender; negándose a sí mismo, y transformando en crisol de la fe, el dolor  y el sufrimiento en alegría y amor"


Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

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