viernes, 4 de febrero de 2011

La Creación

El contemplar el infinito horizonte que se extiende tras el océano, me hace pensar que la creación de Dios es mucho más grande, más imponente y más majestuosa de lo que nosotros estamos acostumbrados a vivir. Es decir, en la ciudad donde nosotros hacemos nuestras vidas, estamos frente a un paisaje estático, sin cambios. En cambio, al irse fuera de la urbe y adentrarse en lugares que no han sido  tocados por la mano del hombre, uno puede encontrarse con esa naturaleza que pide a gritos ser aprovechada, ser vista, ser vivida. Es Dios quien se hace presente en el viento que mueve los árboles, en las olas que rompen en las rocas y en los atardeceres que se presencian en silencio. ¿Hemos mirado atentamente la bella fragilidad de la flor del campo? Muchas veces hasta la pisotean, ignorándola.  Hemos de cuidar nuestro entorno y ser conscientes de que en todas las cosas que hay en esta tierra, está la esencia de Dios.
Es así, entonces que ninguna de sus obras puede ser maltratada o mirada con desprecio. Por el contrario, debemos aprender a mirarlas con cariño y descubrir la hermosura que ellas poseen.
Tenemos que confesarlo. Hemos perdido la capacidad de contemplar la creación que el maestro nos enseñó. No nos queda tiempo para mirar la flor, ni para levantar la vista y mirar el vuelo de los pájaros. No sabemos distinguir el sauce llorón del sauce amargo. No sabemos cuál es el tiempo en que florecen los aromos o dan frutos las higueras. Nos inundamos de cemento, de cristales, o de árboles alineados como un escuadrón. No circula el viento en nuestras calles, no subimos al monte porque no nos gusta mirar en perspectiva.
Preferimos la chatura de las murallas ¡Si hasta el aire hemos perdido!
Debemos volver, como hermosamente nos enseñó Francisco de Asís, a decir “hermano” al sol, a la luna, al lobo, al agua, al fuego, al viento, al árbol, al caballo y a la flor. La fraternidad universal no es sólo la de los seres humanos de cualquier raza o condición. Hay una fraternidad con los seres vivos e inertes que es preciso descubrir y predicar. Los animales y las plantas tienen derecho a la vida. Y la Iglesia quiere también, así como se proclama defensora de los derechos del hombre, ser reconocida como la defensora de los derechos de la tierra, de los derechos de los árboles, de los derechos de los animales y hasta de las piedras, los mares y los ríos.


Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

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