sábado, 16 de julio de 2011

Pureza, un llamado a la contienda.

Al escuchar la palabra "pureza", lo más probable es que inmediatamente se nos venga a la cabeza cosas casi fuera de lo humano; lo incorruptible, lo inmaculado y una serie de escrúpulos forzados que nos hacen alejarnos de ese ideal y su real significado.
En el mundo de hoy se vive una vorágine de hedonismo. Esa misma vorágine es la que nos hace tergiversar y tranzar muchos principios, cambiar paradigmas, pasar por alto situaciones y poner por "normal" una serie de cosas que derechamente no lo son. Esta nueva sociedad moderna, en la cual se pretende conseguir todo de manera instantánea y sin esfuerzo nos ha sumido en un gran letargo valórico. Es nuestro deber despertar de aquel embate y poner manos a la obra con la pureza de nuestro lado.
¿Pero qué es ésta pureza?
Generalmente se la asocia con la castidad, lo cual es correcto y es una opción maravillosa de tomar como joven católico, pero su esencia va más allá de eso; la pureza no es un estado de iluminación máximo ni es algo que nos haga seres ajenos a lo humano. Al contrario, debe despertar en nosotros una preocupación especial por lo que sucede con el hombre como individuo y la sociedad en todo su conjunto.
 El pecado le hace daño. La pureza nos invita a combatirlo, nos llama a una intensa contienda que no se libra con violencia, se combate desde el íntimo amor de Dios; un amor que perdona y  libera, pero que es implacable con el pecado, que no se doblega ante la injusticia, ante la inequidad social, la guerra, el hambre, la opresión y tantos males que salen del odio y del pecado. Luchar en esta contienda no es fácil, las tentaciones aparecerán en el camino y tendremos que hacerles frente con valentía, entusiasmo y fe. La pureza no trae languidez ni forma -como dije anteriormente- seres etéreos alejados de todo. Sería un gran error caer en ello e ignorar la gran significación, sentido y responsabilidad social que conlleva vivir puramente. Vivir la pureza es vivir en plenitud y  con miras a la santidad. Una santidad con los pies en la tierra; vivir lo que hay que vivir, reír lo que hay que reír y evitar situaciones que nos lleven a pecar. Ser capaces de sobreponernos al odio y combatir el pecado.
 La responsabilidad de vivir de esta manera es tal, que no basta solamente con la interioridad de cada uno; sino que debemos predicar con el ejemplo una vida pura, llevar a todas partes la chispa de la alegría, la tranquilidad del buen juicio y la fuerza de la contienda traducida en amor, en amor y nada más que amor.


Un abrazo en Cristo, gracias por leer.

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